El carnicero de Milwaukee


Jeffrey Dahmer
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Ese día comenzó como cualquier otro, tomé un baño, desayuné y como tenía algunos asuntos pendientes fui a la biblioteca. Si soy honesto, yo no soy de aquí, hace un tiempo me mudé a la casa de mi abuela en una localidad cercana a Milwaukee, pensé que después de todo lo que había pasado, todos los fracasos que había tenido, sería una buena idea intentar enderezarme en un nuevo lugar, desde entonces siento que he progresado, dejé la bebida y parece ser que ya tengo control sobre esas extrañas sensaciones e impulsos violentos y sexuales que invaden mi cuerpo. Terminé de revisar lo que estaba leyendo y cerré el libro, en ese momento llegó un muchacho bastante atractivo que me dejó una nota, se dio media vuelta y leí el papel, fue tentador, lo admito, pero me contuve y en su lugar esa misma tarde hurté un maniquí que utilicé para saciar mis deseos y fantasías, y aunque no era suficiente por lo menos era algo.
Pasó un tiempo en el que solo me divertía con el maniquí, la mejor parte era que no se movía y podía hacerle lo que se me viniera en gana, pero lamentablemente poco a poco esa chispa comenzó a desaparecer y mi única opción era subir de nivel. Empecé a asistir a bares de ambiente gay donde conocía hombres que al final de la noche llevaba a mi habitación en un hotel y les ofrecía bebidas adulteradas con somníferos, caían inconscientes y mi parte favorita comenzaba. Pero una noche, hace cinco días para ser exactos, llevaba un par de horas tomando en el bar cuando conocí a Steven, supe que él era especial desde la primera vez que nos miramos directamente a los ojos, después de un rato fuimos a mi habitación en el hotel y usé mi típica técnica de añadirle somníferos a su bebida hasta que terminará inconsciente. Cuando desperté en la mañana del día siguiente, lo primero que noté fue que mi querido Steven yacía acostado, lleno de moretones, rodeado de sangre, sin vida. No recordaba lo que había pasado en la noche anterior, pero si mis suposiciones eran correctas seguro que lo disfruté y me divertí bastante. Conservé la calma y salí a comprar la maleta más grande que pudiera encontrar, metí el cuerpo como pude y pedí un taxi a la casa de mi abuela. En cuanto llegué me dirigí al sótano para continuar con mi pequeña aventura, primero sacié mis fantasías con su cuerpo inmóvil, después, me di cuenta que no quería deshacerme del cadáver tan rápido y comencé a jugar con su carne y sus huesos, experimenté con el ácido que mi papá me había enseñado hace mucho tiempo y lo bendije por eso. Y finalmente, hoy, cuando el olor que desprendía el cuerpo se volvió insoportable, desmembré cada parte del cadáver que quedaba y me deshice de él, aunque claro, no sin antes separar la cabeza para conservarla, para recordar a mi querido Steven. Y así, mientras recuerdo las maravillas que hice y el placer que sentí estos últimos días, no puedo dejar de pensar en lo estúpido que fui por haberme detenido en primer lugar, por tratar de controlarme, lo bueno es que ahora estoy convencido de lo que quiero hacer, y esta vez no pienso parar nunca.

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